Te
levantas por la mañana, a la misma hora exacta con la misma alarma de radio que
te grita con una prédica evangélica: "Ofrezcamos, pues, por Jesús, en todo
tiempo, un sacrificio de alabanza a Dios, y démosle el fruto de los labios
celebrando su Nombre". Chocas con el abanico de piso, dándote (de todos
los lados del mundo) en un área ya sensible (traumada por cerrar mal una puerta
abierta por uno), y con malabarismos brincas entre libros, papeles e
"intimidades" (eufemismo secreto de uno, que uno cree más nadie
saber) hasta dar con la alarma. Hoy, de todos los días, decides que no vas al
trabajo, que has llegado a tu límite. Cojeas al baño, a donde vas por costumbre
hasta recordar que "estamos en sequía" (aunque uno más que otros) y
te encuentras con unos de tus bastardos.
Te
saluda de reojo y el olor es insoportable. Buscas el cubo, que está lleno y tu
no lo llenaste, y con mucho cuidado de no virarlo te acercas al inodoro. Con el
pie subes el "asiento" (aquel que si dejas levantado, dicen los
mitos, hacen que las mujeres se hundan en la taza, porque las mujeres no saben
asentirse o ascender) y con calculada torpeza vacías el cubo. Tremendo tsunami
pero con un torbellino mediocre. El roto no chupó, no hubo succión suficiente.
El bastardo no se fue, ha retornado, triunfante y se ha multiplicado. Ves
trazos de maíz y lo que esperas son pedazos de chile (y no de algún intestino o
signo de un futuro cáncer). Recuerdas que trigeño significaba de color trigo. Dices
en voz alta: no hay political correctness en el inodoro. Sin embargo te asusta
que te hayan grabado, vieja paranoia que tienes desde que en high-school
leístes al profeta de Orwell. Piensas: Bueno, si no voy a trabajar tampoco iré
a cagar. Te percatas "esto es demasiado pensamiento sin café". Sales
y recuerdas cojear, porque quieres hacer lo más ruido posible, con la esperanza
de despertar a cualquier otro mal-agradecido que tiene la suerte de dormir un
poco más.
Por
suerte alguien está ya preparando café. Te saludan cantando un no se-qué
(nuevamente es demasiado temprano) y en silencio gruñes algo impronunciable. La
pisas (porque es una ella, distinción más o menos fácil en esas horas), no
sabes aún si "sin culpa" o "adrede " y con ello acentúas tu
cojera. Te maldicen y tu miras con una mueca de "¿Qué?". Te dicen
"mal-criao" y con eso recuerdas, a punto de abrir el grifo, que no hay
agua. Pero has hecho el movimiento y te detienen diciendo "no hay agua zángano".
Haces gesto de molestia, como diciendo "ya lo sé, ya lo sé, ni me lo
digas". Te vas (o te botan) de la cocina. Al sentarte tienes la sensación
de que hay algo que se te olvida. Hay una imagen que te retumba y sospechas que
es una pesadilla, algo que tuviste claro al despertarte (algo que te dijiste
"no debo olvidarlo"). Cuando te traen el café sientes una gran
amabilidad pero guardas silencio, porque hay que evitar la fatiga a esas horas.
En vez de "gracias" dices "no quiero trabajar". Ella sonríe,
no sé si por sadismo o solidaridad. En vez de "gracias" dices, fruñendo
y con sorbos de café (para eclipsar la respuesta) "pareces el
enemigo". Tienes la imagen de haber estado retornando a un salón que en
otro instante era una burbuja que se expandía cuando hablabas. Recuerdas el
miedo de que estallara. Pero hay algo más, algo que aún no recuerdas. Estas
embragado en un nudo que no recuerdas. ¿Soñaste con un difunto? A la lejanía, pero
con una vibración cercana escuchas una puerta con screen cerrar violentamente.
Te
levantas por la mañana, a la misma hora exacta con la misma alarma de radio que
te grita con una prédica evangélica: "Ofrezcamos, pues, por Jesús, en todo
tiempo, un sacrificio de alabanza a Dios, y démosle el fruto de los labios
celebrando su Nombre"(...)
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