dimarts, 21 de juliol del 2015

Belloc: el nombre hace el lugar o el lugar da el nombre

¿Cómo se "saca (se hace, se piensa) un nombre"? ¿Será acaso similar a los actos de magia de Méliès? 

Poner un nombre no debería ser etiquetar (y hoy en día pareciera que entre alzas y descuentos, hay que des-etiquetar) ni una mera formalidad. Un buen nombre es bien digerido por el lugar, de lo contrario se convierte en veneno o sequía. Solo cuando algo encaja (antes o después de estrellarse) es que estamos frente a una constelación. Hay que fijarse en las marcas, los tachones, lo borrones y las grietas para ser poseído por lo que pervive.

Los nombres como etiquetas de autoridad o autoría "se pegan", son "pura paja".

 Mientras algunos instruidos buscan llamar con su verdadero nombre a las cosas, esperando que Dios o la Naturaleza se vire, fuese más preciso ladrarle a las cosas para ver si "ladran pa' tra ". Cierto es que, como dice Deleuze, el ladrido es la vergüenza del reino animal, pero al menos es algo más que puro eco. En el peor de los casos interrumpe o suspende al instruido.

Hay lugares que nos llaman, no sólo porque fueron y son llamados, sino porque nos conocen, nos han cedido algún nombre, y posiblemente, porque son tan distanto-cercanos? como cualquier espacio en donde habitó la infancia.

"Porque la niñez es la que encuentra la fuente de la melancolía, y para conocer la tristeza de ciudades tan gloriosas y radiantes es preciso haber sido niño en ellas"

Benjamin, Historia de una embriaguez de haschish

4 comentaris:

  1. Como canta Feliu Ventura: "encaixa com els estels en la nit". No pensamos en cómo tuvo lugar tal encaje, pues vemos puntos de luz, identificamos líneas que los unen para formar constelaciones, mientras preferimos no saber de dónde proviene tal configuración, qué explosiones, qué colisiones de partículas, produjeron esa aparente armonía.

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  2. Las cosas (¿y los nombres?), ¿los poseemos? o, por el contrario, ¿no seremos poseídos por ellos?

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  3. Algunas personas se desconciertan frente a los animales, incluso no simpatizan con ellos, precisamente porque no pueden entenderlos, no se pueden comunicar con ellos. En contraste, los amantes de los perros frecuentemente creen entenderlos y les hablan como si pudiesen escuchar, comprender y devolver la palabra para establecer un diálogo. A menudo, el humano afirma paradójicamente que a "su" animal "solo le falta hablar". Evidentemente, si el perro hablara provocaría un infarto en el amo, pero la ficción continúa. Ahora afirman haber creado una máquina capaz de traducir los ladridos, de hacer hablar a los perros.

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  4. Los niños ya no habitan las ciudades, y los que lo hacen son niños abandonados en necesidad de la protección social. Viven y juegan en los interiores de sus casas, se desplazan en medios de transporte cerrados entre escuelas "seguras" y viviendas con alarmas. La exploración, la aventura, el contacto con aquello imprevisto y natural, la organización autónoma de un espacio social protagonizado y habitado por los "menores", todo eso desaparece o tiende a limitarse "gracias" al bienestar y al control securitario de un espacio público cada vez más reducido, reglamentado y comercializado. Entre otros, Manuel Delgado ha escrito sobre ello.

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