El turista no es un exiliado, ni siquiera un
melancólico que busca preñar de futuro a su pasado. El turista no es muy
distinto a la caricatura burguesa (el "burgués de ahora") que no se
siente feliz ni en su casa a menos que mande en la de otros. Todo lugar es, potencialmente, su infeliz castillo
de placeres banales.
Ya no se soportan los paisajes solitarios sin el
decoro del romanticismo cliché ni los ruidos que no sean una extensión del
elevador, la hielera o las estaciones de tortura (la radio fiel del oficinista
o el dentista).
Para Benjamin, el lenguaje es el teatro de la memoria,
es el medio de la experiencia como lo es el suelo en donde yacen ciudades
muertas. Se requiere de una excavación precisa, y de temer volver una y otra
vez sobre lo mismo, de esparcir la tierra, y tener en consideración que se
trata muchas veces de una búsqueda inútil y sin frutos. No se trata entonces
solamente de compilar un inventario de "descubrimientos", de un
"álbum" de "buenos
recuerdos" (esos Kodak moments),
sino de algo más.... eso que aún los empiristas llamaban un "no sé qué".
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